Laura Reyes, la bióloga que fue la primera guardafauna de Punta Marqués

“Tuve una infancia muy linda en Comodoro”, dice la doctora Laura Reyes, cuando recuerda aquellos días que salía de aventura a recorrer la zona con su padre y sus hermanos. Soñó con ser zoóloga, también veterinaria, pero finalmente se inclinó por la biología, una carrera que volvería a elegir y que la llevó a convertirse en la primera guardafauna de Punta Marqués. Una historia de ciencia, amor y Patagonia.

Novedades20 de noviembre de 2025Barbi CárcamoBarbi Cárcamo

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“Yo siempre digo: ‘una cosa trae otra y se van abriendo puertas”, dice Laura Reyes. La biología sabe de lo que habla. A lo largo de su vida, las puertas se abrieron en diferentes momentos, aún cuando el destino pegó una cachetada e hizo que todo no saliera como pensaba. 

Como dice, “no todo fue color de rosa”, hubo tiempos de turbulencia en que se preguntó si era el camino correcto, pero la marea finalmente, a ella y su marido, el biólogo Pablo García Borboroglu, siempre los llevó para el mismo lugar: el mar, ese ecosistema donde habitan los lobos que ella estudió y los pingüinos a los que él le dedica su vida. 

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Laura es una reconocida investigadora que ha dejado su huella en la conservación de este lado de la Patagonia. Su hoja de ruta dice que fue la primera guardafauna de Punta Marqués, aquella reserva de lobos que comenzó con 50 animales y que hoy tiene una población de más de 3.000 ejemplares. También fue una de las impulsoras de la Reserva de Biosfera Patagonia Azul, un área natural protegida reconocida por la UNESCO. Y además es docente de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (UNPSJB), aquella casa de estudios que la tuvo como la primera bióloga egresada y también como doctoranda.

Las puertas de su propio destino la llevaron a esos lugares que volvería elegir una y mil veces, porque como dice, “hay que conectarse con la pasión que uno tiene, con lo que sentís que le va a dar sentido a tu vida y que puede ser tu misión. Conectarte con eso y darle para adelante”.

LA VOCACIÓN EN LA SANGRE

Reyes nació en Comodoro, vivió tres años en Pico Truncado y hace más de 30 que vive en Puerto Madryn. Desde chica se inclinó por las ciencias naturales, y a la distancia, admite que nunca tuvo dudas de que iba a ser destino. Quizás fueron aquellas salidas en el mar con su padre o aquel programa de televisión donde había zoologos, profesión que alguna vez soñó elegir. 

“Siempre me incline por las ciencias naturales, no tenía dudas”, dice en la charla que mantuvimos la última semana. “Yo creo que tuvo que ver un poco con el hecho de estar al lado del mar. Eso hace que uno se familiarice con ese ambiente. Pero también mi papá era un amante de la naturaleza. A mí me transmitió esa pasión por explorar. Me acuerdo que cuando éramos chicos, en el tiempo que vivimos en Pico Truncado, dos por tres salíamos de expedición, de exploración, y caminábamos por la estepa y buscábamos manantiales. Me gustaban mucho las rocas, los fósiles”.

UN TRABAJO QUE LE CAMBIÓ LA VIDA

Laura es la segunda de cuatro hermanos: Pablo es Ingeniero mecánico e impulsor del carrovelismo en Rada Tilly; Sebastián bioquímico y fotógrafo submarino; Lorena, ingeniería civil; y tiene un medio hermano mayor, Patricio, que se inclinó por la parte humanística.

Como cuenta, su padre, Nicolás Reyes, era un amante de la naturaleza. Y quizás por todo eso, cuando ella terminó la secundaría en el Colegio Perito Moreno, decidió estudiar Licenciatura en Ciencias Biológicas en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. 

Precisamente, era estudiante cuando una tarde de verano, un compañero tocó la puerta de su casa y le ofreció un trabajo que le cambió la vida. “Estaba en segundo año de la facultad, tenía 19 años y un diciembre me golpean la puerta. Era Rufino Sánchez, que era ayudante alumno en la cátedra de Geología. Y bueno, me pregunta si tenía ganas de trabajar en el verano”.

Laura cuenta que su respuesta fue un sí inmediato, pensando que sería un típico trabajo de verano, en un negocio, en la playa o una heladería. Sin embargo, su respuesta la sorprendió. “Me dice: ‘No, es de guardafauna’. Wow, yo quedé fascinada. ‘¿Cómo de guardafauna?’. ‘Sí, porque se va a abrir al público una reserva’. Me dice: ‘¿Te acordás cuando fuimos en invierno?’”.

Ese invierno anterior, Laura, Rufino y otros estudiantes habían ido a recorrer la costa de Rada Tilly y llegaron a un lugar donde había una pequeña colonia de lobos. Lo que vieron les llamó la atención, pero ella no sabía que Rufino conocía el lugar.

Lo cierto es que ese verano el municipio de Rada Tilly estaba buscando estudiantes de biología, preferentemente, para que atiendan al público y hagan el monitoreo en la reserva que se iba a inaugurar en febrero. A Laura le entusiasmó la idea, aceptó y se convirtió en la primera guardafauna del lugar, pensando que sería un trabajo de verano.

“Eso creía, pero terminó siendo un trabajo permanente”, recuerda entre risas. “La reserva estuvo abierta todo el año y funcionaba para el público los sábados, domingos y feriados. Yo estudiaba de lunes a viernes y después sábado, domingos y feriados iba a Punta Marqués, donde atendíamos a los visitantes. Les explicábamos, echábamos los binoculares y además hacíamos el monitoreo, los censos de la lobería todos los fines de semana, clasificándolos como machos, hembras, lo que pudiéramos, porque tampoco teníamos demasiada preparación, no había mucha información”.

EL INICIO DE LA CONSERVACIÓN EN EL SUR DE CHUBUT

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Punta Marqués se inauguró en 1985 con una presencia de apenas 50 lobos. Muchos aún recuerdan el día en que se contaron 100. Laura, en su caso, trabajó durante tres años en el lugar, una época de mucho aprendizaje y preguntas.

“Fue una hermosa época. Cuando me quise dar cuenta tenía tres años de monitoreos muy finos, porque en general las loberías se censan una vez por año, con suerte, a veces cada dos años. Eso me permitió armar la curva, ver cómo variaba el número a lo largo del año, y en los tres años vimos que se repetía el mismo patrón: había muy pocos lobos en el verano y después iba subiendo a medida que avanzaba el invierno, hasta que llegaba a un pico en noviembre y luego caía abruptamente. Después los lobos empezaban a retornar otra vez a partir de abril. Me acuerdo que venían las hembras con las crías que ya sabían nadar y siempre me preguntaba ‘¿Dónde van a parir estas hembras?’, ‘¿Dónde hay más lobería?’. Yo quería saber eso. ¿Cuántos lobos había?, ¿Cómo era la conectividad entre las loberías y dónde estaban?”.
A Laura le gustaba su trabajo; pensaba que se iba a graduar en la sede Comodoro, pero un día la aparición de una cría abandonada en la playa cambió todos los planes. “El cachorro tenía el cordón umbilical. Lo llevaron a la municipalidad o al corralón y ninguno sabía qué hacer con la cría, porque en ese momento no había nacimientos. Yo sabía que Mirtha Lewis, que es de Comodoro, trabajaba con lobos marinos y pensé: ‘ella nos puede ayudar’”. Laura cuenta que Mirta le sugirió una fórmula de leche y los cuidados necesarios, pero fue en vano y el cachorro murió.

Lo cierto es que, a raíz de ese contacto, la investigadora la invitó para que visitara el CeNPat y conociera más sobre el trabajo con mamíferos marinos. Para ella fue un camino de ida.

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“Me acuerdo de que Mirta se sorprendió cuando le conté de la lobería, porque ella pensaba que era un mito, que era algo muy estacional. Entonces me ofrecieron ir a Puerto Madryn, al Centro Nacional Patagónico, y conocer a los que trabajaban con mamíferos marinos, que eran apenas tres jóvenes en ese momento; eran muy jovencitos, estaban haciendo sus tesis doctorales, tenían veintipico, veintitrés, veinticinco, veintiséis años”.
La Municipalidad autorizó a Laura a viajar al CenPat y allí conoció a quien luego sería su director de tesis. Lo que nunca imaginó es que le iban a proponer cursar las materias que le quedaban en la sede de Madryn y especializarse en mamíferos marinos.

A la distancia, a la bióloga le quedan grandes recuerdos de Punta Marqués. Las visitas de familias que venían de visita y también la llegada de famosos invitados a conocer ese rincón virgen de la Patagonia. Recuerda a Gigi Rua, Juan José Camero, Víctor Laplace y también a Quino, Caloi y Fontanarrosa, quienes hicieron unos hermosos dibujos que desaparecieron el día en que ladrones entraron a robar. También recuerda aquella tarde en que iba caminando con Pamela Balzi y Claudia Muniain, y se cruzaron con una Rural Falcón en la que iban tres jóvenes que saludaban. Recién cuando volvieron supieron que se trataba de Soda Stereo.
“Fueron tres hermosos años. Yo no sabía si iba a terminar como bióloga marina o como qué  porque a mí me gustaba todo. Me gustaba el bosque, me gustaba la estepa y lo que hizo que me inclinara hacia la biología marina fue el trabajo en Punta del Marqués. Fue determinante”, dice convencida.

UNA VIDA DEDICADA A LA BIOLOGÍA

En el año 89, Laura se fue a Puerto Madryn, pensando que su estadía sería temporal. Sin embargo, terminó radicándose en esa ciudad, donde se casó y nacieron Germán y Alejo. Sin embargo, el camino, no fue tan lineal ni fue facíl.

“Allí terminé mi licenciatura y después hice el doctorado, que me permitió responder esas preguntas que me hacía cuando trabajaba en Punta del Marqués. En la universidad, trabajando en el CENPAT con una beca del CONICET, empecé a trabajar en la tesis gracias a un proyecto muy grande de Naciones Unidas, que fue lo que nos permitió recorrer todas las islas y toda la costa de Chubut, desde Rawson hacia el sur. Todo eso se sobrevoló y se recorrió en bote y con otros medios, y con eso logré censar las loberías y finalmente identificar cada una de ellas en las islas, porque algunas se conocían y otras no”.

Precisamente en uno de esos viajes, Laura conoció a Pablo García Borboroglu. Él nobel de conservación estaba trabajando en lo que hoy es el Parque Interjurisdiccional Costero Marino de la Patagonia Austral y fueron a censar juntos: él ave marina y ella lobos.
Como dice Laura, el camino no fue tan lineal. Su primer embarazo fue de riesgo y no pudo continuar con su doctorado por un tiempo. Eran tiempos difíciles en Argentina para la ciencia y, al no poder pedir una prórroga, terminó perdiendo la beca y, por ende, su sueldo.
Por ese entonces, Pablo también estudiaba y el trabajo como guía de turismo alcanzaba, pero no era suficiente. Así, terminaron “comiéndose los ahorros” y buscando opciones para poder salir adelante, aunque otra vez la puerta se iba a abrir.

“Eso me obligó a reinventarme”, dice al recordar esa etapa en que, para pagar el alquiler, pintaron un departamento del hombre que les alquilaba. “Como me quedé sin sueldo, dije: ‘voy a tener que ver qué otra cosa puedo hacer siendo bióloga con las herramientas que tengo’, y comenzamos a participar en estudios de impacto ambiental, haciendo caracterizaciones biológicas ambientales. Pero un día nos propusieron hacer planes de manejo para unos campos privados que tenían costa y querían hacer el manejo del área, y eso me abrió todo un espectro nuevo de trabajo”.
Lo cierto es que, más allá de ese trabajo, quería seguir investigando, subirme al bote y relevar lobos, delfines y demás, y un día encontré la forma de intentarlo. “Empecé a buscar financiamiento para proyectos en el exterior. Empecé a escribir proyectos en inglés, diciendo ‘yo quiero censar o relevar tal o cual zona’ y, cuando me quise dar cuenta, de cuatro proyectos que había enviado afuera me salieron tres que tenían sueldo, con lo cual pude volver otra vez al campo y volver a censar loberías". 

“Ahí encaré toda una línea nueva que tenía que ver con estudiar o identificar qué especies de cetáceos había en el Golfo San Jorge, sobre todo en lo que ahora es justamente el Parque Interjurisdiccional Costero Marino Patagonia Austral, lo que llamamos el PIMCPA. Empecé a hacer relevamientos de cetáceos, a identificar las áreas donde había distintas especies, como delfín austral, tonina vera, delfín de Risso, y empecé a registrar todas las especies. También hice relevamientos en los museos y terminé haciendo una primera lista que se publicó de los cetáceos del Golfo San Jorge, que hasta ese momento no tenía nada específico publicado para la zona”.

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Esa línea base, que incluía el registro de todos los varamientos ocurridos en la zona, más los avistajes que se realizaban, derivó luego en un ciclo de charlas de concientización en colegios y en un posterior trabajo en toda la provincia, donde se advirtió lo poco que se sabía sobre la vida marítima.

“La gente se asombraba en las charlas viendo la cantidad de islas que teníamos tan cerca, con fauna tan rica: no solo pinnípedos, aves marinas también, y delfines, porque no era tan frecuente ver otras especies de cetáceos. Entonces eso empezó a entusiasmar mucho a todas las comunidades de la costa. Hoy me da mucha alegría, porque con el tiempo toda esa zona se fue declarando finalmente área protegida gracias no solo al aporte que puedo haber hecho yo, sino a toda la gente que trabajó en diferentes temas. Por eso siempre digo que una cosa trae otra y se van abriendo puertas.”

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VIVIR DE SU PASIÓN

En su “reinvención forzosa”, Laura trabajó como consultora en estudios de impacto ambiental y coordinó la elaboración y redacción de planes de manejo para once áreas naturales, privadas y públicas, incluyendo las áreas protegidas de Punta Tombo, Bahía San Antonio y el Parque Nacional Complejo Islote Lobos; y en 2016, el plan de manejo del Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral (PIMCPA).

Además, formó parte de la fundación de Global Penguin Society, la ONG que creó junto a Pablo hace dieciséis años y con la cual se impulsó la creación Reserva de Biosfera Patagonia Azul, un trabajo que la llena de orgullo. 

“Trabajamos con la provincia, con Cancillería, con Prefectura, con la Armada y con el municipio de Camarones. También con los organismos de la provincia que tienen que ver con la conservación del área. Y fue un trabajo enorme; imaginate: hicimos todo el documento que se elevó a París, un documento de 1.020 páginas que, básicamente, lo trabajamos ‘Popi’, Maricel Giaccardi y yo. Para nosotros es como un hijo. No lo puedo describir con palabras, porque realmente todo partió como un sueño.”

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Laura se siente orgullosa de este camino recorrido y de lo que le dio la vida. Sus días pasan censando lobos marinos o pingüinos, navegando en un bote con estudiantes, buscando delfines, dando clases o acompañando a Pablo a alguna gala.

“Jamás me aburro, pero esto también es porque tengo la suerte de tener un compañero de fierro que es biólogo y también es apasionado de lo mismo que me apasiona a mí. Los dos estamos en la misma línea. Pero siempre pienso que hay que animarse, hay que trabajar con seriedad, con profesionalismo y apostar a que la gente que también se apropia de estas cosas lo termine valorando y sintiendo como propio", dice con convicción.

"En mi caso no hay nada como trabajar de lo que a uno le gusta. Es algo que me apasiona y me gusta transmitir esa pasión, de cuando estamos en una embarcación o estamos caminando por la costa y pensás: ‘qué bueno, es acá donde quiero estar, esto elegí y qué bien elegí’, porque siempre digo: ‘si volviera a nacer, volvería a elegir lo mismo’”, dice la bióloga que encontró su destino en Punta Marqués, aquella reserva que marcó el inicio de la conservación en el sur de Chubut.

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Nota por Fredi Carrera para ADNSUR

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