La Lobería, el histórico paraje donde se cazaban ballenas y que bordea la Ruta 3 entre Comodoro y Caleta Olivia

La Ruta Nacional N° 3 es escenario de hermosos lugares a lo largo de toda su extensión. Uno de ellos es La Lobería, una zona que refleja la belleza del mar en el sur de la Patagonia. En esta crónica te contamos sobre este sitio que tiene una rica historia y que forma parte que une Comodoro Rivadavia con Caleta Olivia.

Exclusivo Me Gusta Patagonia06 de mayo de 2025Fredi CarreraFredi Carrera

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Hay caminos que solo se transitan, y hay otros que se atraviesan con los ojos abiertos. El tramo costero de la Ruta Nacional N° 3, entre Comodoro Rivadavia y Caleta Olivia, es uno de esos trayectos que invita a mirar más allá del asfalto. Sus 69 kilómetros recorren playas escondidas, cerros costeros y panorámicas de la estepa rendida ante el mar. Pero entre esas vistas imponentes, justo donde el viento parece hablar con voz propia, se encuentra La Lobería: un paraje olvidado que fue industria, comunidad y postal de un tiempo que ya no está.

Hoy, para muchos, La Lobería es apenas un punto en el camino. Un sitio donde algunos se detienen a pescar o a mirar el horizonte. Pero a comienzos del siglo XX, esta playa remota del sur de la Patagonia fue escenario de una intensa actividad industrial: la caza e industrialización de ballenas y lobos marinos, en tiempos en los que esa práctica era considerada no solo normal, sino deseable para el desarrollo económico de la región.

Una industria feroz a orillas del mar

La historia de La Lobería está íntimamente ligada a la Bahía del Fondo, una ensenada natural ubicada a pocos kilómetros del límite entre Chubut y Santa Cruz. Allí, en la década de 1920, cuando la Ruta 3 aún no existía, se instaló una factoría bajo el nombre de C.A.B.A.C. (Compañía Argentina de Ballenería y Aceites del Comahue), propiedad de los empresarios Weigel, Bonhen y Cía. Esta empresa se dedicó a la caza sistemática de lobos marinos y ballenas, animales que abundaban por entonces en las aguas frías y puras del Golfo San Jorge.

La planta funcionaba con un esquema organizado: un capataz, trabajadores golondrina, un jefe de operación y una lógica de faena que hoy resultaría brutal. Según los relatos recopilados por la investigadora Patricia Sampaoli, de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral, los animales eran cazados con rifles —los machos, más grandes, eran los más peligrosos— y las hembras eran ultimadas a golpes en la cabeza. La grasa se derretía para obtener aceites, el cuero se salaba y almacenaba en barriles, pero la carne y las vísceras quedaban abandonadas en la costa, generando un hedor nauseabundo que impregnaba toda la zona.

En una crónica del diario El Chubut de enero de 1921 se relata que en tan solo 10 días se faenaron 3250 animales, con un rendimiento de 15 kilos de aceite por ejemplar. Todo el producto era enviado en barco a Buenos Aires, lo que revela la dimensión que había adquirido esa industria patagónica en apenas una década de funcionamiento.

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Un pueblo en la nada

Pero La Lobería no fue solo una planta. También fue un pequeño paraje donde nacieron niños, ocurrieron tragedias y se vivieron momentos que hoy parecen salidos de una novela del sur. Las crónicas de la época dan cuenta de un nacimiento en el lugar, un doble homicidio y varios accidentes. De ese mundo rural hoy queda poco y nada. Solo algunas ruinas, algunos cimientos, algunos relatos rescatados del olvido.

En 2005  un equipo de investigadoras —liderado por Sampaoli— se propuso reconstruir esa memoria dormida. Recorrieron estancias, entrevistaron a antiguos pobladores y consiguieron 60 relatos con voces fundamentales, como la de Walter Kirn, de la Estancia Cerro Mesa. Su testimonio fue clave: desde los nombres de los empresarios, hasta los métodos de caza, pasando por la descripción del boliche que tiempo después se instaló en el mismo lugar, cuando la planta ya era historia.

Sampaoli contó años más tarde, en una entrevista con el programa Abriendo Surcos, que “la gente del pueblo no veía mal la caza de ballenas, porque era una industria. Era trabajo. Y esos trabajadores golondrina venían a hacer una especie de zafra, como si fueran peones rurales, pero en el mar”.

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El silencio tras el último disparo

La actividad de la factoría decayó abruptamente hacia 1932. La fauna marina había sido severamente reducida y los pocos ejemplares que quedaban eran víctimas de puntería y entretenimiento cruel. La caza dejó de ser rentable, y con la inminente construcción de la Ruta Nacional N° 3, las prioridades cambiaron. La industria se desmanteló, los barriles vacíos fueron abandonados y el silencio se adueñó del paraje.

Tiempo después, La Lobería volvió a tener vida, esta vez como boliche de ruta. Un sitio donde camioneros y viajeros se detenían a tomar algo, a descansar del camino o a escuchar música entre amigos. Pero esa también es otra historia, una historia más cercana, menos salvaje.

Un paisaje que persiste

Hoy, quienes recorren la Ruta 3 pueden ver, si miran bien, las ruinas de ese pasado: muros vencidos por el tiempo, estructuras corroídas por la sal, y un mar que no olvida. La zona se ha convertido en un destino de pesca costera, una actividad muy frecuente entre Playa Bonita y la Laguna de los Patos, donde incluso se han capturado tiburones de más de dos metros.

Desde allí, se pueden visitar también sitios como Punta Maqueda (o Punta Peligro), el Pan de Azúcar, La Tranquera o Playa Belvedere, lugares donde la naturaleza sigue imponiendo su belleza en cada curva del camino.

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La memoria entre el viento y el mar

La Lobería es, en definitiva, un sitio donde el pasado y el presente se cruzan sin mirarse. Donde el eco de los disparos de los cazadores se diluye en el viento costero, y donde cada piedra recuerda que aquí, alguna vez, la Patagonia fue industria, fue frontera, fue vida.Hay lugares que parecen insignificantes desde la ventanilla de un auto. Pero cuando uno se detiene, cuando camina el terreno, cuando se deja envolver por el viento y el silencio, entiende que cada rincón tiene algo que contar. La Lobería, entre Comodoro y Caleta Olivia, es uno de ellos.

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