El ballenero que vivió en una carpa para hacer temporada y nadó con orcas gracias a la naturaleza

“Beto” Alcántara tiene 48 años y siempre le llamó la atención el mar y ese mundo de embarcaciones y chalecos salvavidas que veía en la costa de la Península Valdés. A los 18 años tuvo su primera libreta de marinero y nunca más dejó el timón. En la región, Beto es toda una referencia en el mundo de las ballenas, pero el último mes, junto a su pareja y un amigo, vivieron una experiencia única con una familia de orcas que nadó un metro abajo de ellos. Esta es la historia.

Exclusivo Me Gusta Patagonia06 de abril de 2025Fredi CarreraFredi Carrera

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“Al agua la mamé desde chiquito y no me separé más. Hoy no podría vivir en un lugar que no esté cerca del mar”. Oscar Alberto Alcántara, más conocido como “Beto”, este año cumple 25 años como capitán. A los 18 tuvo su primera libreta de marinero y nunca más dejó ese mundo de embarcaciones y turismo en Puerto Pirámides.

Con 48 años, “Beto” es una referencia en el mundo de las ballenas en Chubut y forma parte del equipo de “Southern Spirit”, la empresa dueña del Yellow Submarine, aquella embarcación que permite hacer el avistaje de ballenas bajo el mar.

El mar y el turismo son el lugar en el mundo de este referente de la zona, y recientemente la naturaleza le regaló un momento único a él, su esposa y un amigo: nadar con orcas a solo un metro y medio de distancia; una experiencia hermosa y tenebrosa a la vez. Pero vamos al principio de su historia.

UNA VIDA DEDICADA AL MAR

Betó llegó a Puerto Pirámides en 1982 desde Sierra de la Ventana, provincia de Buenos Aires. Sus padres vinieron a la zona para trabajar en una estancia que estaba a cinco kilómetros del pueblo, un pequeño sitio costero que, por entonces, solo tenía un par de casas.

Cuenta Beto que las cosas no salieron como estaban planeadas y, cuando su padre se fue, él se quedó con su madre. Aún recuerda esos días de primaria en el pueblo, la matrícula de 37 alumnos que la escuela tenía de primero a séptimo grado y, por supuesto, su primer acercamiento con el mar.

 “El mar era donde me mandaba mis primeras macanas”, cuenta a Me Gusta Patagonia. Cuando salía de la escuela, antes de ir a casa, me iba a la playa a ver cómo la gente salía a navegar. Me metía de caradura en las empresas a poner salvavidas, a charlar con la gente, con los dueños de la empresa, y así empecé, y hasta la fecha sigo trabajando en lo mismo: avistaje de ballenas.”

Su primera experiencia laboral fue a los 14 años, cuando Tiño Resnik lo sumó a su equipo para que ayudara en pequeñas tareas. Juntos trabajaron cuatro años, hasta que el empresario se fue a trabajar a El Calafate. Beto cuenta que lo quería llevar con él, pero no pudo irse; siempre quiso quedarse al lado de su madre.

Fue en esa época que el protagonista de esta historia hizo su primera libreta de marinero. Era el 2000 y, luego de dos años, pasó a patrón y, más tarde, rindió como guía ballenero. Pero todo cambió cuando Resnik, en 2008, lo llamó para trabajar juntos. Había salido una nueva licitación de ballenas y lo invitó a trabajar en conjunto. “No pude decirle que no y, desde ahí, no nos separamos más”, dice, aún agradecido.

Desde entonces, “Beto” se dedica a estos enormes cetáceos que cada año convocan a miles de turistas de todo el mundo. Cuando habla, no oculta su orgullo de pertenecer a Southern Spirit. “Tenemos un equipo de trabajo excelente, tanto capitanes como guías. Cuando empezamos éramos cuatro y ahora somos 14 trabajando. Es lo que me gusta; no sé si podría hacer otro trabajo”, dice al reflexionar sobre su oficio.

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Pero no siempre fue fácil vivir del mar y del turismo para Beto. En su adolescencia, llegó a vivir en una carpa durante dos temporadas. Fue una época difícil. Su madre se iba a trabajar al campo con su marido y él quería estar cerca del mar. Así, decidió comprar una carpa y acampar al lado de una embarcación o en el terreno de un compañero de la escuela.

“Era mi supercasa, la carpa en invierno, en la temporada de ballenas”, recuerda orgulloso. A veces navegaba todo el día y en la timonera de la lancha tenía mi bolso con toda mi ropa. Y a veces, cuando había mucho viento o lluvia, dormía dentro de una lancha y al otro día tenía que desarmar todo para poder trabajar. Lo hice durante dos o tres temporadas”, cuenta con orgullo.

Beto reconoce que había frío, pero se siente orgulloso de todo lo que pasó. “Hoy en día estoy agradecido por todo lo que peleé y me encanta seguir haciéndolo. Estoy muy orgulloso de mí mismo por haber superado todo esto”, dice con humildad.

Con 48 años, asegura que hace tiempo dice que será su último año de navegación, pero es más fuerte que él y no puede dejarlo, también por una razón: “Estoy a cargo de una empresa de avistaje de ballenas donde tenemos una relación excelente, un equipo de trabajo excelente y la verdad es que vale la pena, y eso hace que me quede año tras año a seguir trabajando en lo mismo. Obviamente, me gusta la parte turística y la parte náutica.”

UNA FAMILIA DEL MAR

Hace seis años, Beto conoció a Antonella Díaz Coll, una joven hija de un marisquero artesanal que también se dedicaba al turismo. Se encontraron y, un año después, nació Azul, la hija de ambos.

Desde entonces, todo lo hacen juntos, desde navegar en el mar por placer hasta practicar caza submarina, ese deporte que hace tres años le enseñó Darío, su cuñado, un conocido marisquero de San José.

“Nos encanta hacer las cosas juntos”, dice Beto. “Vamos al agua y vamos, no hay discusión en ese sentido, y la peque se sumó a nuestro camino. Le encanta, hace apnea. Anto también es instructora de buceo, así que ya hizo su primer bautismo. Le encanta; desde octubre está metida todos los días en el agua. A los cinco meses tuvo su primer avistaje.”

Esa primera experiencia de su niña se volvió, igual que la experiencia con orcas que recientemente tuvo Beto con Antonella y Pedro, un amigo de ellos. En ese video se veía a la bebé apoyando su cabeza en la lancha y una ballena acercándose a saludarla. “Fue una locura ese video, algo que me superó. Me acuerdo de que me lo quisieron comprar”, cuenta a la distancia.

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Esta vez el video también fue una locura, pero por lo que sucedió: una familia de orcas nadó a un metro y medio debajo de ellos, una experiencia única que les regaló la naturaleza. 

Estábamos con Antonella y otro compañero más, Pedro, y había un poquito de viento sur. El mar pega muy de frente cuando es así y muchas veces no se puede navegar, pero dijimos: "vamos igual". Cuando estábamos adentro, tuvimos la suerte de que se planchó el mar, era un aceite y estuvimos frente a la lobería una hora y media, haciendo un poco de apnea, un poco de caza submarina.

Todo marchaba espectacular. El día era ideal para disfrutar del mar y el agua estaba tranquila, hasta que, de un momento a otro, todo cambió. “Estábamos a 40 metros de la lancha y, de repente, lo veo a Pedro subiendo a la lancha desesperado y nos grita: ‘¡Hay orcas, hay orcas!’. Yo pensé que nos estaba cargando, porque en ningún momento las vimos; el mar era un aceite, así que nada. Antonella se asustó, yo traté de mantener la calma y empezamos a nadar hacia la lancha. Mientras íbamos nadando, nos pasaron tres orcas entre las piernas, un metro y medio debajo de nosotros. 

A Pedro lo sorprendió un macho, jefe de la manada, que pasó entre sus piernas. Mientras tanto, Beto y Antonella, las otras dos orcas, los acompañaron hasta la embarcación. “Tuvimos sensaciones encontradas”, admite Beto.

“Miedo, felicidad, todo junto, porque sabemos que no hay antecedentes de ataques de orcas, salvo en cautiverio, pero hay que vivir el momento así, porque es algo que no esperábamos.”

Cuando subieron el video a sus redes sociales, rápidamente se hizo viral y, al enviárselo a profesionales que investigan el tema, les dijeron que era una familia muy conocida.

"Nos dicen que esta familia es muy conocida. En realidad, eran cinco orcas, que tienen nombre y número. Aparentemente, el macho adulto andaba con su hermana y una sobrina de él, y la sobrina andaba con su hijo más chiquito y un sobrino de ella. Ese mismo día, a la madre la vieron en Punta Norte. La cría más chiquita nació en marzo. La han visto en Camarones, en San Antonio, porque son de navegar bastante. Es muy interesante el grupo familiar que se formó."

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Beto sabe que tuvo el privilegio de poder vivir una experiencia de este tipo, algo poco habitual en la zona, y lo mejor de todo fue que se dio de forma natural. “No fue algo que pasó porque lo buscamos, todo pasó porque nos sorprendieron a nosotros y eso es lo importante, porque fue la naturaleza; tuvimos suerte”. Lo cierto es que recientemente a Beto se le apareció una ballena Yubarta y un pez luna, un ejemplar difícil de encontrar. Para él, “es un toque de suerte, nada más que eso, un premio de la naturaleza. Esto superó todas nuestras expectativas con las que íbamos al agua, porque a veces vas al mar y no ves nada, pero a veces el mar te da estos regalos”, dice agradecido el ballenero que se encontró, algo que pasa en pocos lugares del mundo, y Chubut es uno de ellos.

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